domingo, 19 de septiembre de 2010

Las aventuras de Magmud 1º parte

Sabía que lo que estaba haciendo me podía salir caro, pero no había otra opción. Me pedían algo demasiado duro para mí, lo mejor y lo único que podía hacer era correr. No sabía por dónde iba, pero me daba igual, necesitaba echar tierra de por medio. Bajé unas escaleras y giré a la izquierda, se me abrió una calle oscura y a continuación un desvío. ¿Izquierda o derecha? Debía pensar rápido, me estaban persiguiendo y podían hacerme cualquier cosa. Mi corazón eligió derecha, pero no sé por qué extraña razón elegí la izquierda. Era estrecha, rodeada de casas, no se veía el final pero seguí adelante. Podía distinguir las voces de mis perseguidores, demasiado cerca para mi gusto. Estaba muy cansado pero no debía dejar de correr, ya se veía el final de la calle, giré y... ¡Me había quedado encerrado! Por una parte estaba la pared, demasiado alta para escalarla, y por la otra, esos tipos que venían detrás de mí. No tenía escapatoria. Sabían que estaba encerrado y menguaron el paso para recuperar la respiración. Cuando llegaron a mi altura, Hassan dijo:
- ¿Por qué huyes? ¿Sabes que eso sólo puede empeorar las cosas?
- Sí, pero es que me veo incapaz de matar a tanta gente.
- Esa gente nos trata como esclavos, nos hacen trabajar muchas horas por un mísero sueldo, y encima, no podemos quejarnos porque si no, mandan a otro y solucionado.
- Lo sé, pero la mayoría no son así.
- ¿Tan seguro estás? ¿Y por qué no te ayudan? ¿Todos son iguales! De esta forma harías que vieran que  no somos tan débiles, que nos podemos defender.
- Sí, pero esa no es mi forma de actuar.
- Pues tú decides: o mueres matando a otras personas o mueres sin poder reivindicar nada. Te damos 10 días.
Dicho esto, se dieron media vuelta y se fueron.

Yo era un joven de Fez (Marruecos) llamado Magmud. Tuve que abandonar mi ciudad natal para poder ganar dinero y ayudar a mi familia. Después de mucho tiempo de viaje, duro y peligroso viaje, llegué a la costa de Cádiz. Junto con otros dos compañeros de viaje, me monté en la furgoneta de un familiar de Ahmed, uno de los que me acompañaban. Por lo que escuché, él también era un inmigrante que logró asentarse en un pueblo a las afueras de Albacete como recogedor de los que fuera necesario, desde aceitunas hasta naranjas. Yo tenía claro que no llegaría hasta Albacete, mi intención era quedarme en una ciudad andaluza, preferiblemente Córdoba, ya que me habían hablado bien de ella. Así fue, horas más tarde me encontraba en Córdoba, nuestros caminos se separaban y probablemente no se juntarían jamás. Ahora estaba sólo en una ciudad desconocida.
Necesitaba pasar la noche en algún lugar para poder buscar a la mañana siguiente un trabajo. Me dejaron al lado de lo que parecía un centro comercial, se llamaba "Carrefour Zahira". Seguí un arroyo arriba y me encontré un cortijo o algo parecido, allí pasé la noche. Cuando salió el Sol me levanté y fui por donde horas antes había pasado. Me pasé toda la mañana buscando trabajo, pero como era domingo, no encontré nada. Llevaba mucho tiempo andando y decidí pararme a descansar. Desde hacía un tiempo, unos hombres me estaban siguiendo, y aprovecharon el tiempo de descanso para hablar conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario